Mira tu que risa, soy sevillano
y no voy a misa, será que mal sevillano soy, será que no creo en los ídolos que
sacan todas las primaveras, y todos los veranos y todos los otoños y casi todo
el invierno, es increíble el número de hermandades de todo tipo que se han
inventado en Sevilla para que muchos puedan tener un carguito, para ser alguien
en esa Sevilla que ellos adoran y de la que son tan buenos sevillanos.
Leyendo eso de los buenos y malos sevillanos me he acordado
de las novelitas de Los crímenes de la regañá, viene a ser lo mismo pero una de
cachondeo y la otra, muy típico en esta ciudad, dando y repartiendo categoría
de sevillana en función de unos parámetros, cuanto menos, divertidos, por no
decir rancios, tópicos, chauvinistas, desfasados.
Nací en Sevilla, me he criado en Sevilla, y vivo en Sevilla,
soy, por tanto, sevillano, pura casualidad de la vida, podría haber nacido en
Cuenca o más bonito, en Ciudad del Cabo, incluso podría haber sido negro o
gitano o judío o, incluso mahometano, o ser un querido hermano hispano
americano y no tener ni zorra idea de donde está Sevilla con todas sus Vírgenes
y todos sus Cristos. Pero mira tu, nací en Sevilla y a mí me da igual, a mi me
importan las personas y aquí como en todas partes las hay de todo tipo, buenas,
malas y buenos sevillanos. A mi me da
lo mismo que me digan mal sevillano, siempre que si me digan que soy buena
persona, lo he dicho, me importan las personas, el certificado de sevillanía ni
lo quiero, ni me interesa, ni lo he querido nunca.
En este mundo globalizado es curioso observar a mucha gente
aferrarse a algunos símbolos, religiosos o paganos, es el miedo a que ese pez
tan grande termine comiéndoselos y para ello se escudan en una identidad sin
sustancia, que en muchos casos les impide ver el enorme repertorio de problemas
en los que estamos inmersos y a los que no dedican, en general, esfuerzo
alguno, ya que desgastan sus energías en ser enormemente fieles a unos
sentimientos de identificación social, el sevillanismo a ultranza, a la
conservación, sin actualización, de las mas rancias tradiciones, usos y
costumbres que han ido arraigando, acompañando, en paralelo, a las normales
tradiciones evolucionadas, como nos dirá cualquier antropólogo, esos usos y
costumbres, que afean y desvirtúan las verdaderas tradiciones, son acaparadas,
exclusivizadas, por unos colectivos determinados que se arrogan, cual
dictadura, el exclusivo derecho a decidir, certificar, otorgar carta de
sevillania a los que cumplan, no con las tradiciones, sino con unos
determinados usos, costumbres o requisitos anormales, para que en un alarde de
magnificencia te puedas sentir hijo de
una tierra que nunca ha pedido, pide o pedirá esos requisitos para dejarte
nacer en ella, ya que es consciente de su incapacidad para impedirlo y solo si
pudiera pedirte algo lo haría para que luches por mantener lo mejor de ella y,
sobre todo, que luches por su progreso y el de sus hijos involuntarios y como
dice el himno de Andalucía, de los andaluces, de España y la Humanidad. Ser
buena persona, de cualquier parte, pero buena persona, persona sin apellidos.